jueves, 21 de noviembre de 2013
Solo cuando se es dos, es que somos uno
Hay momentos sorprendentes en la vida. Especialmente esos momentos cuando sentimos un agotamiento y cansancio en algún lugar del pecho, que presiona el alma y hace pesada la respiración. Cuando esa soledad no deseada que cada noche duerme bajo la almohada, nos habla en desvelos, de cómo duele no tener a nadie con quien compartir un corazón hinchado de amor, una cena alrededor de la mesa, el calor de una chimenea, de un lecho. De ese extraño sentimiento que nace, al no estar completo porque nos falta algo. Momentos cuando la ilusión desilusionada, deja a la esperanza sentada en los cantos del barranco.
Sí, hay momentos en la vida que sorprenden. Porque cuando uno menos se lo espera, cuando uno cree que todo está perdido, cuando las ganas de luchar están ahogándose en un pantano… aparece una fresca sonrisa que alegra el corazón. Una mirada con determinación que sabe lo que quiere, dos brazos que se cuelgan del cuello y unos labios ansiosos de ser besados, que nos devuelve la esperanza en un velo de ilusión.
Es entonces cuando me pregunto: ¿es necesario vivir un crudo y triste invierno, para apreciar el calor alegre de verano? O ¿es que la vida espera el momento oportuno, para enseñarnos que cuando se es dos, es que somos uno? (Fransel)
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