Se paraba frente al espejo; completamente desnuda, cada tarde después de la siesta. A puertas cerradas y con sus pálidas manos descansando sobre su delicada cintura y casi besando su propia imagen, vociferaba al aire palabras soeces, cargadas de negatividad y angustia. Mientras simultáneamente, contemplaba el reflejo de sus alienados gestos.
Se había dado cuenta que al vivir un
falso mundo, había terminado por desconocer su verdadera esencia… y gritar su
hipocresía, sería su penitencia. (Fransel)
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