Todo cambió en mí esa vez que
la conocí. Esa vez que como un
pedacito de
estrella azul, tierna e inspiradora, me contemplaba desde el palco de la vida,
desde esas alturas que solo unas pocas con clase y educación habían logrado
llegar.
Me dijo que me había estado
esperando toda la vida y que sin conocerme, sabía muy bien que ese que
esperaba, era yo.
Recuerdo muy bien, aquella vez primera cuando a mí se acercó. Estaba vestida elegantemente y de altos tacones,
con un aroma a brisa marina que alegraba hasta las almas en pena.
Esa vez cuando con sus brazos
extendidos, entre luces de neón, espuma y humo, me invitaba a bailar aquel
romántico bolero, que hablaba de amor, lujurias y penas.
Como agua de mar entre los
dedos, se escurría mi pasión y mi coñac entre sus manos, cada vez que en un apretado
abrazo, posicionaba su barca en el centro de mis deseos al compás de la melódica
canción. Mis amantes labios se imaginaban atrapados entre sus exuberantes senos,
cada vez que más de algún disimulado y sexy movimiento suyo, los acercaba a
ellos. Amaba esa manera tan pero tan suya de coquetear, de insinuarse.
Fue una noche fantástica, de
esas que solo nacen y se escriben en cuentos de hadas.
Nos entregamos el uno al otro
de una manera intensa salvaje, hasta que nuestros ríos se secaron y sin caudal
quedaron. Hasta que nuestras barcas naufragaron entre tantas marejadas de pasión
y placer, teniendo que armarnos de nuevo el sol, alumbrando parte por parte tanto
amor desparramado, en las solitarias orillas de aquel amanecer.
Éramos jóvenes y el mundo
estaba a nuestros pies. Nada nos podría detener y separar, estábamos hecho el
uno para el otro para caminar juntos por la vida.
¡Sí! ¡Juntos! ¡Malditamente
juntos! Solamente juntos, hasta unas horas después.
Juntos hasta que ese maldito
accidente me la arrebató de mi vida.
Juntos allá en el cielo de
los recuerdos y en el infierno de esos años, sin ella. (Fransel)
Fotos tomadas en un dia semi nublado en Lima - Peru. La Catedral de Lima y la Plaza de Armas.
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